viernes, 21 de febrero de 2020

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Carta abierta a los
medios de comunicación
Febrero 10, 2020

otro tiro en el
corazón de silva

Jotamario Arbeláez
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TEXTO DE DENUNCIA

Antecedentes


En 1986, en un gesto de celebración a una de sus pasiones y en memoria del poeta suicida de La Candelaria, el presidente Belisario Betancur propicia la fundación de la Casa de Poesía Silva. Es designada su directora María Mercedes Carranza, con un consenso poético general. La Casa funciona de maravilla, con sus previsibles sobresaltos de presupuesto, siempre superados, desde 1986 hasta 2003 cuando, siguiendo el ejemplo de José Asunción Silva, quien se despacha con un tiro en el pecho, María Mercedes, tras ingerir unas pastillas de su mesa de noche, abandona su puesto en la tierra.


En Junta Directiva se propone que el sucesor sea el hijo de Pedro Gómez Valderrama, gran escritor y quien fuera ministro de Educación y Gobierno y Embajador ante la Unión Soviética. El recomendado, abogado de El Rosario,  viene de gozar también las heredables mieles diplomáticas en Europa. Además de Gómez, gomelo. Y quien funge como poeta. ¡Ánima bendita!

        Pasan los años. Los poetas que giran alrededor de la Casa comienzan a darse cuenta de que el Pedro Alejo Gómez es un inepto, por lo menos para ese cargo, al que lo mantiene atornillado el expresidente Ernesto Samper. Nuestro nuevo director ni siquiera es capaz de gestionar los recursos para mantener la Casa a flote, para lo cual se acomiden a colaborarle activistas culturales intachables como han sido Elvira Cuervo de Jaramillo y Telésforo Pedraza, ya retirados de esa actividad.

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Augusto Rendón se va de la fiesta. Por Jotamario Arbeláez. Febrero 13, 2020. Versión ilustrada para NTC ...




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Augusto Rendón
se va de la fiesta

Jotamario Arbeláez
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Pensaba si se iría a morir. Se podía uno morir lo mismo en un día de sol. 
Joyce. El artista adolescente.

Se va acabando la fiesta de la vida. Los mejores invitados se van marchando,
los más aguantadores, los hígados mejor calibrados, los corazones más palpitantes, las mentes más ágiles, las próstatas más resistentes.
Se van yendo sin despedirse. Lo van dejando a uno solo raspando fiesta. Bailando consigo mismo.
Recogiendo vasos semivacíos, otros quebrados, los objetos abandonados, los leños fríos.
Las camas rebrujadas en los cuartos de huéspedes. El salpicón de orín al pie de los baños.
Y se van para no volver. Ya sonó todo el long-play, ya se bailaron todas las piezas, ya volaron todas las brujas, ya se bebieron todos los rones.
Lo que se tenía que decir se dijo. Apagadas las luces se hace el silencio.

A la fiesta de la vida llegué temprano, a conocer a esos amigos que son la mejor parte de uno, las extremidades que le faltaban, sin los cuales uno terminaría por ser otro.
En una mesa a los 23, cuando dirigía una galería de arte de vanguardia y me entrenaba en las sutilezas verbales de Apollinaire,
me senté en la Librería Nacional con el pintor Pedro Alcántara, quien me presentó a sus grandes amigos Norman Mejía, un verdadero monstruo de la pintura
y a otros tres monstruos, Augusto Rendón, Carlos Granada y Humberto Giangrandi. Me preguntaban en son de mofa en qué nota ponía a sonar mi tecla. Ahora les puedo decir que en réquiems.
Sus pinturas deslumbraban como sus pintas de seductores, mosqueteros del grabado y de la paleta. No se sabía cuál era más peligroso. 
Y yo con una noviecilla modelo de Bellas Artes, y coqueta para más señas. Si los lograba contener lo lograría todo en la vida. Y ya ven cómo lo he logrado. Jejé, como se burlan de sí mismas las muchachas en sus guasaps. 

Inaugurábamos los años 60, cuando la violencia erupcionaba como un Vesubio.
Decidimos artistas y escritores enfrentarla con más violencia, la de las plumas y los pinceles de repetición.
        Y de qué lava iban cargadas las obras de Rendón, de Granada, de Góngora, de Loochkartt, de Giangrandi, de Alcántara y de Samudio,
expresionistas impresionantes entre quienes metía mis narices inapagables,
casi todos ellos comprometidos con la denuncia de los crímenes del sistema, pero sacando a flote en medio de su refriega un erotismo también furioso.
Le declaraba Rendón al poeta Márquez Cristo antes de que se le apagara la grabadora, en entrevista que parece un evangelio apócrifo, 
que cuando estaba pequeño rendijeaba la ventana del apartamento vecino donde radiaba “una imagen estática con los senos al descubierto, entre su larga y ondulada cabellera”,
reproducción de la Magdalena penitente de Tiziano como se vino a percatar al llegar a Italia
y por allí fue adentrándose a la vez en el arte y la lujuria.
Nunca creyó en el dogma religioso pero su vida estética se empinó en la contemplación de obras de temática procaz con personajes bíblicos
emanadas de maestros como Tiziano, Durero, Modigliani y Caravaggio.
En su peregrinaje italiano nunca entraba a arrodillarse en un templo como devoción religiosa, pero lo hacía en el atrio en señal de adoración a su arquitectura.

En su desacralización de los mitos religiosos e industriales llegó a pintar un Cristo tomando Cocacola,
caballos feroces con ancas de bailarina, uros antitaurinos, centauros recién nacionalizados y mujeres indomables retirándose los sostenes,
parejas a la luz de la luna por la ventana en su mesa mascando pasas, esqueletos descuartizados.
En el entretanto yo me lie con su hermano Jaime Rendón y nos fuimos para La Miel a masticar hongos alucinógenos
y a pintar y a escribir acerca de los ángeles que se posaban sobre nuestros pechos peludos. Era nuestra manera de revolucionar la existencia que no se ve.  

Me vine a vivir a Villa de Leyva para sacarle el culo a la muerte que se da en las ciudades, no fuera que me matara un carro o cualquier otra colonoscopia.
Y entre los viejos amigos que me encontré en el territorio estaban los hermanos plásticos Augusto y Jaime Rendón,
 vivientes en la vereda Monquirá, o Piedrapará, como la bautizó una de sus augustas amantes, o El alto de los fósiles, dada la edad de sus habitantes.
Allí residen de lleno sus dos hermanos Marta Inés y Jaime con su mujer Patricia. Jaime sigue pintando sus jaguares psilocibínicos y navegando las praderas celestes donde yo también me aventuro.

En su casa y en la mía nos reunimos a hacerle los honores al oro líquido, ya no proyectando futuros sino evocando vivencias antepasadas,
y nos da el pasmo de la risa el haber sobrevivido a nuestros desmanes y los de un mundo que no se dejó cambiar.
Él había sido lo que se dice todo un guerrero, dado su compromiso por retorcer la historia hacia la liberación del sojuzgamiento,
 mientras su hermano Jaime y yo tratábamos de trastornar esta realidad viajando a las otras.

Todo el mundo lo dice que lo que Obregón fue a la pintura lo fue Augusto al grabado.
La caballería de su obra despierta sentimientos que van de la rabia a la ternura, a la estupefacción, al enervamiento.
Toda ella es un pozo ardiente. El color de la tormenta que perseguía, el azul cerúleo y el verde tierra. Es truendo. Logro tesco. De goya miento. 

A Jaime le dijo un día en el desayuno: “Yo no quiero morir como un moribundo, sentado o acostado, boqueando, con el pato bajo las nalgas”.
Se sentía un roble de 86 que es un roble joven. Y lo hizo como a bien quiso.
El viernes pasado se levantó muy temprano, hizo el café imperdonable, se puso su abarcas de campesino, tomo las tijeras de podador,
y arrancó a caminar por su predio escoltado por sus dos perros y seguido a mediana distancia por su Alma amiga, desbrozando restrojos y levantando al sol la mirada,
cuando en una de estas se paró en seco, el medio corazón que le acompañaba desde hacía 10 años cuando el infarto. se le detuvo.
Como los árboles añosos fue cayendo en cámara lenta y al llegar al suelo ya no había suelo. Alma lo recogió entre sus brazos.

Iba hacia mi casa de Villa de Leyva cuando el amigo Jaime Ruiz me dio la noticia. Se me nublaron los ojos y el parabrisas.
Al llegar a La montaña mágica, escoltado por mis dos perros, reparé que todas las flores del jardín habían sido quemadas por la helada de la madrugada.
Y cuando fui a brindar por el visitante de la tierra que se había ido no encontré en la botella ni un trago. Se acabó el mundo.

¿Qué viene a hacer la muerte en Villa de Leyva –pregunto–teniendo tanto qué hacer en otros lugares?
Es una broma. Bienvenida sea la pelona cuando se quiera acostar con uno. La que faltaba.

Adiós, amigo. Si no lograste cambiar el mundo, ¿qué mejor que cambiar de mundo? 

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